
En líneas generales me parece que la Producción sale con nota aprobatoria y el Arte también salvo por algunos pequeños errores, como aquel calzón rojo que la muchacha le enseña al filósofo para corroborar que es una puta y que a mi juicio termina siendo una tautología, al tratar de añadir a través del simbolismo cromático lo que la presencia corporal de la muchacha ya había aportado. Un calzón blanco habría tenido un efecto mayor, pues descubrir en el interior de esta muchachita endemoniada un indicio de inocencia y fragilidad hubiera multiplicado exponencialmente su sensualidad. Pero bueno, esos son sólo detalles al fin y al cabo. Los errores más gruesos, a continuación.

El guión sale desaprobado porque la concepción y construcción del personaje femenino es fallido. Una muchacha formada en las antípodas de la intelectualidad no tiene porque carecer de complejidad. Ahí encuentro vestigios de un recurrente prejuicio académico. Bernard Shaw resolvió su obra Pigmalion con una mujer de la calle que aparte de hermosa y grosera, derramaba como el vals, encanto y dulzura, hipnotizando a los espectadores
¿Por qué no quisieron hipnotizarnos también?.
Por el contrario, proveen a la señorita de una gran sensualidad al vestirla como una ninfa del anime japonés, pero la distancian completamente del afecto de los espectadores al asignarle como rasgo dominante la vulgaridad estereotipada del achorado limeño, sin mayor matiz.

El sonido sale desaprobado porque sus recursos formales para acentuar los distintos matices de la historia son de una precariedad superada desde los años 50 en el cine. Esos golpes de vibración grave son efectismo puro…

La secuencia en la que ante el peligro deciden encerrarse en una puerta secreta y una vez adentro encienden un fósforo es de una falta de veroisimilitud sólo superada por el hecho casi inmediato de decidir entreabrir la puerta para observar mejor a sus potenciales asesinos.
A nivel formal, las contradicciónes en la construcción del punto de vista en algunas escenas claves, en las que el sonido apuesta por un personaje y la edición por otro, no hacen sino demostrar la falta de lucidez y perspectiva para conducir la historia, como por ejemplo en la escena del teléfono y el General, en la que parece que la chica frunciera el ceño al escuchar, a varios metros de distancia, la dos voces de la conversación.
A buena cuenta si para algo ha servido La Vigilia es para terminar de aclarar las sospechas de que el Arte (decorado, vestuario, locaciones) y la Dirección son oficios incompatibles para una misma persona en un mismo rodaje.
Wilhelm Röntgen